jueves, 31 de julio de 2008

Estambul: Ciudad y recuerdos


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que sucumbas a un paisaje gris nutrido por un gran río, rodeado de sombríos y decrépitos palacios, atrevasado por grandes avenidas y marañas de callejuelas por donde circulan hombres cabizbajos que sin saber porqué, llevan sobre sus hombros este paisaje, del que no pueden sustraerse, paisaje plasmado en el óleo histórico de Estambul, cabeza del imperio Otomano, otrora ombligo del mundo, que ahora se deshace en el río Bósforo, que sin embargo es terapeútico, y es el lugar donde los ojos tristes esperan la llegada, con la correinte de una resurrección.
A lo largo del extenso texto que compone su libro, Orhan Pamuk se desliza ora por su progresista visión de la laicista sociedad turca ora por su renuente resistencia a sepultar la herencia de uno de los mayores imperios de la época moderna, el otomano.Pamuk hace hincapié en la tremenda sensación de amargura, de melancolía, de decrepitud que invade el alma de los estambulíes, en una época, mediados los años 50 y la década posterior, en la que todavía se podía asistir a los postreros estertores de una sociedad otrora poderosa, pero en franco declive una vez decretada la abolición del imperio, con todo su entramado de poder, y la proclamación de la república laica de Turquía, hecho acaecido en 1923 y que tuvo en su principal valedor al que es considerado el padre de la Turquía moderna, Mustapha Kemal, Ataturk.Esa amargura permeable, esa indolencia resignada se trasluce en todo el recorrido textual, como una especie de acicate para ayudar a superar la sensación de derrota que subyace bajo las visiones de los últimos palacetes otomanos presa de las llamas o los recorridos por el Cuerno de Oro sobre vetustos buques que amenazan con quedar sepultados bajo el mismo manto de silencio que, tiempo ha, envolvió los retazos de un pasado esplendoroso, pujante y evocador. A pesar de que un tenue pesimismo, producto de esa omnipresente amargura, sobrecoge al novelista, un postrero impulso lo lanza a la escritura como instrumento para pergeñar lo que constituye su principal aportación a su superación. Bien dicen que para superar un problema, lo primero y más importante es reconocer la existencia del mismo. Pamuk parece haber superado su amargura. Aunque, sinceramente, en ciertos momentos, tampoco es desdeñable disfrutar con uno mismo de esa amargura.
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Estambul: Cuidad y recuerdos/ Orhan Pamuk. - Barcelona: Mondadori, 2006

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